Allí, en la gris estancia, con la pluma en la mano y su corazón palpitando, contemplaba como su mente efectuaba sus más sinceros relatos.
¿Esto es todo? Se preguntó mientras miraba a la lejanía.
¿Esto es todo? Repitió mientras la gente avanzaba a su paso.
Sin embargo, a ella le irritaba llevar este monstruo brutal agitándose en su interior, la irritaba oír el sonido de las hojas al caer, sentir dentro el golpeteo del viento, el respirar del amanecer, el ir y venir de aquél aire que se tornaba frío, el aire que recorría su cuerpo.
Todo había quedado detenido. El sonido de sus canciones se manifestaba en su pulso irregular, batiendo en la totalidad de un cuerpo.
Y allí estaba él, con el alma perfectamente quieta.
Y allí estaba ella, mirando a lo alto, y, mientras miraba, el mundo entero quedó en total silencio.
Y la luna allá arriba, tan callada y silenciosa, tan sumisa y reservada. Y en ese extraordinario momento de silencio y paz, en esta palidez, en esa pureza, la luna se tornaba rojiza en el cielo negro.
Y con la vista a lo alto ella pensó: parece que me dirige un mensaje. Aquella belleza, aquella exquisita belleza era evidente, y las lagrimas llenaron los ojos de ella mientras contemplaba aquel mar de recuerdos, y aquellas palabras iban y venían, y se debilitaban y se mezclaban con el cielo y le otorgaban uno, dos, tres y cuatro sentimientos, dándole a entender su propósito, aquellos instantes otorgados a cambio de todo, a cambio de nada, y sólo con mirar atrás, belleza, ¡más belleza!.
Y las lágrimas se deslizaban por las mejillas de ella y los recuerdos conglomerados quedaban poco a poco desplazados.
basado en la obra. La Sra. Dalloway
Virginia Woolf (1925)
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